Salud | 11-04-2011

La hipertensión afecta en silencio a 30% de argentinos



Esta condición de riesgo es causa de múltiples disfunciones, muchas de las cuales pueden llevar a la muerte. Frente a esto, especialistas latinoamericanos crearon una guía para su diagnóstico, estudio y tratamiento, que será lanzada esta semana



¿Significa lo mismo la hipertensión arterial en una persona añosa que en una de mediana edad con síndrome metabólico? ¿Es lo mismo diagnosticarla en un niño, en una embarazada o en una persona que ya sufrió un ACV? ¿Qué factores hacen que a algunos pacientes los beneficie una reducción drástica de la presión arterial y a otros quizás no tanto? ¿Qué estudios permiten monitorear el control de la presión y a la vez los riesgos de la polimedicación? La hipertensión arterial no es una enfermedad con una única causa y una línea de tratamiento simple y única; por el contrario, es una condición de riesgo –muchas veces silenciosa, que no da síntomas antes de causar un importante daño– que en la Argentina, según datos de estudios regionales, afectaría a más de un 30% de la población adulta, y que es capaz de dañar el aparato cardiovascular incrementando el riesgo de infartos y de aterosclerosis, de minar la función vital de los riñones, de causar un deterioro neurológico o de provocar –de hecho es la principal causa– el temido ACV o infarto cerebral.
A su vez, sus causas son múltiples y están íntimamente relacionadas con la salud cardiovascular y renal, el estilo de vida, la predisposición genética, la diabetes, los lípidos, la obesidad, el consumo de tabaco, el metabolismo de la glucosa o la actividad de varias glándulas endócrinas, que en conjunto participan de los complejos mecanismos de regulación de la presión arterial.
Por eso, la hipertensión arterial es tratada por un gran abanico de especialidades: médicos clínicos, generalistas, cardiólogos, nefrólogos, endocrinólogos, pediatras, obstetras, neurólogos, geriatras, diabetólogos y otros. Cada cual según su especialidad, su saber y su experiencia brinda miradas complementarias sobre estrategias diagnósticas, medicación y medidas higiénico dietéticas.
Frente a esta situación, se lanzaron las Guías para el Diagnóstico, Estudio, Tratamiento y Seguimiento de la Hipertensión Arterial, surgidas de un intensivo trabajo de dos años en el que medio centenar de expertos en hipertensión, con una mirada integradora en el marco de la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial (SAHA), acordaron las mejores recomendaciones para el control de esta epidemia.
“Nuestro objetivo es hacer que toda la comunidad médica que se ocupa del diagnóstico y el tratamiento de la hipertensión arterial pueda contar con estas recomendaciones, surgidas del relevamiento y el análisis de toda la evidencia clínica actualizada disponible, con 670 citas de estudios internacionales”, explicó el doctor Roberto Ingaramo, coordinador general de la nueva guía y vicepresidente 1º de la SAHA. Esta sociedad científica organiza el 18º Congreso Argentino de Hipertensión Arterial, que se realizará entre el 14 y el 16 de abril próximos en Mar del Plata, donde se hará el lanzamiento oficial de estos documentos para toda la comunidad médica.
El especialista agregó que “no se trata de ninguna manera de directivas; esto no puede suplantar el criterio y la experiencia clínica del médico en su trato con el paciente. Pero las experiencias con las guías norteamericanas y europeas dicen que cuando los médicos se atienen a las recomendaciones, los resultados en el control de la enfermedad mejoran”.
Básicos, recomendados y útiles
La guía incluye los resultados de los estudios de prevalencia realizados hasta el momento en la Argentina, recomendaciones para el diagnóstico y el seguimiento de los pacientes con los valores considerados normales y los grados de severidad de la HTA, la estadificación diferencial del riesgo cardiovascular y de ACV según el tipo de paciente, los daños de órgano blanco (que incluyen además la disfunción eréctil, las apneas del sueño o el deterioro cognitivo progresivo), las pautas farmacológicas de tratamiento disponibles (con sus respectivas interacciones y riesgos) y las estrategias no farmacológicas (reducción del consumo de grasas y de sal, programas de actividad física regular) y en qué casos conviene aplicar cada una, el adecuado manejo de situaciones clínicas especiales y de poblaciones vulnerables y cómo actuar en casos de emergencia hipertensiva.
Para el diagnóstico y el control de la hipertensión arterial (HTA), la guía recopila la información aportada por cada estudio o análisis complementarios -ya sea de laboratorio o de imágenes- y los clasifica jerárquicamente en “básicos o esenciales”, “recomendados” y “de utilidad”.
El diagnóstico de la HTA no puede limitarse a la toma de presión arterial: debe incluir la evaluación médica completa, con el cuestionario sobre los hábitos de vida y posibles factores de riesgo, y el examen físico, junto con los habituales análisis de creatinina, glucosa, colesterol, ionograma, hematocrito, orina competa y el electrocardiograma. Sin embargo, la guía incluye entre los exámenes básicos necesarios la estimación del filtrado glomerular y la microalbuminuria (o cociente albúmina-creatinina).
La estimación del filtrado glomerular permite conocer con más detalle si se encuentra dañada la función renal, lo cual dificulta el control de la presión y multiplica el riesgo cardiovascular.
Los niveles anormales de microalbuminuria son otro indicador de daño renal, que además dan cuenta de un riesgo cardiovascular aumentado. “No se detecta en los análisis de orina rutinarios, pero saberlo permite al médico aplicar tratamientos más específicos que ayudarán al paciente a reducir su riesgo de infarto o de ACV, además de reducir el riesgo renal”, indicó José Alfie, secretario de la SAHA y médico del Servicio de HTA del Hospital Italiano de Buenos Aires.
Otro estudio no habitual que aporta más información para direccionar el tratamiento del paciente es el ecocardiograma (ecografía cardíaca), que permite escrutar la anatomía del corazón y descartar, por ejemplo, una hipertrofia ventricular u otros factores de función cardíaca, que no pueden ser vistos en un electrocardiograma (ECG).
También fueron catalogados como útiles para el diagnóstico y la evaluación –fundamentalmente por su poder de chequear el estado del sistema circulatorio– el ecocardiograma Doppler cardíaco, el eco-Doppler carotídeo, la Velocidad de Onda de Pulso (VOP), el índice de aumento de la presión central y el índice tobillo-brazo.
“En conjunto, estos estudios permiten ajustar los tratamientos no sólo según las cifras de presión, sino a otros factores como el riesgo cardiovascular total o el daño de órgano blanco, a los cuales sumamos factores como el colesterol, la diabetes, los antecedentes genéticos, el síndrome metabólico o las enfermedades preexistentes”, sostuvo Alfie.




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